No sabemos cuándo, dónde ni quien llevó a cabo el primer invento, por curioso que haya sido. Lo que sí sabemos es el lugar y la fecha exacta en la que se creó la primera ley al respecto: el Estatuto de Patentes de Venecia de 1474.
Obviamente allí no se contemplaba que las maquinas podrían inventar algo, lo que sea. Tampoco existía un apartado al respecto cuando se llevó a cabo la Convención de París de 1883 para la Protección de la Propiedad Industrial, que sentó las bases de los sistemas de patentes a nivel internacional.
Pero la realidad ha cambiado. En 2020, un algoritmo de aprendizaje automático ayudó a un equipo de científicos del M.I.T. a desarrollar un potente antibiótico que funciona contra muchos patógenos. La inteligencia artificial (IA) también se está utilizando para ayudar en el desarrollo de vacunas, el diseño de fármacos, el descubrimiento de nuevos materiales o en el desarrollo de tecnología espacial.
En más de 100 países se han presentado solicitudes de patentes que nombran un sistema de IA como el inventor y si los tribunales deciden que las invenciones hechas por IA no pueden patentarse, las implicaciones podrían ser enormes. Por ejemplo, sería más sencillo invertir en una IA que en departamentos de investigación básica. De acuerdo con Alexandra George, experta en leyes de la Universidad de Nueva Gales del Sur (Australia), la clave sería que «en lugar de obligar a las viejas leyes de patentes a adaptarse a la nueva tecnología, proponemos que los gobiernos nacionales diseñen una ley de propiedad intelectual a medida que proteja las invenciones generadas por IA».
Y Alexandra George no está sola. En un reciente estudio publicado en ‘Science’, su autor principal, Cason Schmit, señala «dado el impacto potencial de la IA en casi todos los aspectos de la vida diaria, se necesita urgentemente una regulación que garantice su uso apropiado y ético».
Schmit propone un sistema que combine las licencias copyletf y los «trolls de patentes». Respecto a las primeras se trata de licencias que permiten a cualquier persona usar libremente la propiedad protegida por derechos de autor, pero bajo términos específicos. Por su parte, los trolls de patentes son, como su nombre indica, quienes aplican la ley a rajatabla sin importar el valor de la propiedad o su uso. Para Schmit esta combinación facilitaría el uso ético de la IA en lo relativo a inventos: «la aplicación de las licencias de uso ético se asignaría a una entidad central de confianza, que idealmente estaría dirigida por un grupo no gubernamental designado por la comunidad de desarrolladores y usuarios de IA».
Según el equipo de Schmit este sistema tiene la ventaja de que respeta los inventos que puedan redundar en beneficios para la sociedad, haciendo que las patentes sean más laxas, mientras protege la investigación básica que podría verse perjudicada por la IA.
Finalmente y como ejercicio de investigación, Schmit le pidió al popular chatbot ChatGPT, cómo se debería llevar a cabo el uso ético de la IA. Pese a que ChatGPT dio respuestas interesante, «la IA pasó por alto las preguntas más difíciles, por ejemplo cómo se deben implementar las leyes de propiedad intelectual». Lo que demuestra que estamos ante un campo en el que ninguno de los implicados, ni humanos ni IA, saben qué hacer. Y es algo que ya ha ocurrido en el pasado, cuando no se ha regulado el avance en energía atómica hasta años después o se dejó de lado la creación de un cuerpo de leyes vinculado a internet, hasta que también fue tarde. Para el equipo de Schmit estamos en el momento límite.